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Crónicas del fin de una infancia.

Actualizado: 30 oct 2018

No estoy seguro de cuando sucedió, de lo que sí estoy seguro es de que sucedió en mi infancia. ¿En qué piensa un niño la primera vez que observa el cielo en la noche? ¿Qué pasa por la mente de un niño cuando ve las estrellas a distancias infinitas? No estoy muy seguro, pero lo que sí sé es que en mi caso pensé en posibilidades, en aventuras y paisajes extraordinarios. La idea de observar la tierra desde afuera me cautivaba, pensar en sentir el silencio absoluto mezclándose con tanta belleza de información visual me provocaba ganas de vivir aquel extraordinario viaje.


Como comienzo de mi trayecto en conocer el universo vi varias películas sobre el espacio y los planetas. Cada oportunidad que se me presentaba leía sobre misiones extraterrestres o proyectos a futuro que planteaban los gobiernos. Escuchaba noticias en la que mencionaban los intentos de llegar a Marte o veía repetidas veces la grabación del primer hombre que llegó a la luna. Claro que en realidad todo esto del trabajo en el espacio no me interesaba realmente, yo no quería llegar tan lejos como para seguir ordenes y arreglar piezas o construir satélites, lo que a mí realmente me interesaba era el viaje y la diversión. En ese momento yo todavía no sabía todo lo que implicaban los viajes al espacio.


Mi primera visita a la NASA fue algo extraordinario. Al entrar a este lugar lo primero que llamó la atención a mis ojos fue, por supuesto, estos enormes vehículos llamados cohetes espaciales. ¡Cómo no sentir mariposas en la panza cuando observas por primera vez que todo con lo que has soñado realmente existe y ver que ya hay gente haciendo lo que tú amarías hacer! Recorrer esos pasillos llenos de maravillosas atracciones me hacía sentir realmente apasionado, observar la historia de cómo es que el hombre llegó a lograr salir de su planeta y crear tecnologías que nos permitan hacer cosas tan increíbles me hacía llenarme de inspiración y esperanzas.


Pasaron varios años, transcurrió el tiempo y yo cada vez pensaba en lo viajes al espacio menos como una realidad en mi vida. Un día caminando con mi mamá por el parque le relataba con entusiasmo todo lo que me llegaba a la mente con relación a estos viajes fantásticos, mi mamá me detuvo la narración y me preguntó si a mí realmente me interesaba la ingeniería, la producción de tecnología o algo relacionado con lo que realmente implicaban mis fantasías.


Quizás fue el hecho de escuchar la diferencia entre la realidad y la ficción, quizás fue escuchar todas estas aterradoras palabras de adultos o quizás simplemente maduré.

Ya han pasado varios años en los que no pienso en los viajes espaciales, ahora mi sueño es ser dueño de alguna empresa o tener cualquier trabajo exitoso que me proporcione suficiente ingreso monetario para que me pueda comprar el coche que quiera. ¿Habrá sido todo mi tiempo dedicado a los viajes en el espacio un esfuerzo inútil? Ahora me detengo y recapacito, ¿por qué las personas dejan de soñar? ¿Qué pasó con ese niño que quería ser jugador de fútbol profesional y ahora estudia comunicaciones? ¿Qué pasó con esa niña que quería ser actriz y ahora estudia contabilidad? ¿Por qué ser realista es a lo que aspiramos cuando crecemos? ¿Qué pasó con esa persona que ahora es jugador de fútbol profesional, con esa actriz que vemos en la tele o ese señor gozando de una siesta en el espacio? ¿Acaso ellos fueron realistas? Quizás aún veo hacia el cielo y me lleno de inspiración.



Oliver Rajsbaum Nierman.

Sexto de bachillerato.

Historias en proceso

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